Sonia y Jesús

Son pareja desde el 28 de enero de 2011

Es compleja la vida. Cuando nada buscas, nada esperas, pero siempre sucede algo que te sorprende. En mi caso, solía leerme todos los perfiles sugeridos. Un día, ella me envió una sonrisa a la que no respondí. No lo hice porque no me gustara su perfil, sino porque así salió. Sin embargo, cuando releía perfiles, siempre acababa de nuevo en el suyo. Ni ella ni yo teníamos foto, con lo que sólo me fijaba en el texto y de alguna manera me atraía lo que decía y cómo lo decía.

Un buen día me envió un mensaje gritándome (ella no sabía que escribir en mayúsculas, en el lenguaje de Internet, era gritar) y diciéndome: “pero bueno, qué es eso de mirar y no devolver la sonrisa, que qué me costaba”. Me hizo reir y solté una carjacada porque su mensaje tenía la chispa adecuada para no parecer ni hiriente ni insultante. ¿Cómo no responderle? De ahí se sucedieron los mensajes a diario e incluso agotábamos la capacidad de los mismos y continuábamos en el siguiente. Después los teléfonos, llamadas y horas y horas (literal) colgados hablando. Primeras coincidencias: cumplir años el mismo día, ver y haber vivido cosas muy similares.

Era como si nos conociésemos de toda la vida. Así que teníamos que quedar, no podía esperar más para conocerla. Quedamos para romper el hielo y pasar el mal “ratejo” inicial de vernos: nervios y esas cosas que entran en el estómago. Fue genial. No recuerdo desde hace mucho una primera cita tan bonita, ni especial. Una coca cola fue suficiente para saber que quería seguir viéndola. Despúes, horas y horas y más horas de conversación, de 2 a 3 horas de teléfono diarias. Nos tuvimos que pasar los números de los fijos porque ya era muy caro con el móvil y estamos en crisis. Entonces con los fijos de casa, ya la cosa fue a más; empezar a las 22:30, que es la hora a la que los niños ya duermen, y acabar a la 1 de la madrugada. A las 9 de la mañana volver a llamar porque parece que hace mil años que no hablas con ella y sabes que realmente sólo han pasado una horas. Yo le digo que es «el sueño de otro», porque siempre ves que le pasa a los demás y nunca a ti. Por lo tanto, ahora me toca vivir ese sueño y quizás otro igual mira y piensa lo que yo pensaba. Paradojas de la vida que nos toca vivir.

El día de nuestro cumpleaños, el mejor de mi vida. Cena en un buen restaurante, acompañado de la mejor persona. No, no iba guapa, iba simplemente espectacular. Si antes ya estaba enamorado, ese día caí a sus pies rendido. Ese día sabía que me iba a retirar de la plaza y que daba por bueno todo lo mal que lo pasé antes, porque llegué hasta la meta. En la cena nos dijimos lo que sentíamos, lo que estabamos viviendo, la ilusión con lo que afrontábamos el futuro y nos dijimos que nos queríamos.

¿Tal vez muy pronto? ¿Muy tarde? No hay ningún texto científico, ni legal, ni de aprendices que establezcan término medio para los sentimientos. Lo que sentía, lo sentía dentro, donde se sienten las sensaciones, en la zona del vientre. (Si alguien conoce «Oblivion Soave» de Monteverdi y lo ha escuchado, sabrá exactamente lo que digo). Después de la cena, vino el baile en un pub de la zona, la visita a un castillo que tenía unas vistas excepcionales, y…la visita de un gato. Ella sabe exactamente a qué me refiero. Solo ella lo sabe, y cuando lea esto, se reirá. Con esa risa contagiosa que tiene, que me hace cosquillas en el alma y que mitiga el sufrimiento vivido.
Solo espero que no duela nunca.