Alfonso y María Esther

El 28 de octubre de 2010 es un día que no olvidaré. Ese día recibí un mensaje tremendamente escueto, en el que una chica que decía llamarse María me decía que quería conocerme. Siendo yo bastante novato en estas lides, le pregunté si quería decir en persona o a través del ordenador. Resultó ser la segunda opción, así que empezamos a intercambiamos mensajes. Llegó un punto en el que nos preguntamos cómo nos veíamos el uno al otro, lo que nos dijimos fue muy especial, y eso queda para nosotros. Y claro, decidimos dar el paso y conocernos en persona.

Quedamos en un bar del centro de nuestra ciudad, por el que cada vez que desde ese día paso se me pone una sonrisa de… sí, de esas sonrisas. Estuvimos un buen rato charlando sobre nuestras cosas. Al salir, llovía a cántaros; le dio un cierto toque de romanticismo, aunque hizo que la despedida fuera más corta. Volviendo hacia casa, recordaba lo que nos habíamos contado, y sobre todo, sus ojos de un verde intenso como no había visto nunca. Confirmé todo lo que me había imaginado acerca de ella: dulce, cariñosa, alegre, inteligente, espontánea, etc. y encima era preciosa. ¡Y además me había dicho al despedirnos que nos volveríamos a ver! A partir de ese momento, apenas nos hemos separado; sea por e-mail, por sms, por teléfono, o en persona.

Hoy hemos puesto juntos el árbol de Navidad en mi casa, que espero que pronto sea también la suya.
Todavía tenemos que descubrir cosas el uno del otro. Si no, ¡menudo aburrimiento! Pero sentimos que lo importante ya está ahí, ha llegado. Parece un cuento de hadas. De hecho, aún nos miramos y nos preguntamos si es verdad. Debe serlo, porque Esther está abrazada a mi lado mientras escribo estas líneas, acariciándome la mano, y corrigiéndome cuando me como alguna letra. Si esto no es real, no sé qué puede serlo. Y si es un sueño, esperamos no despertarnos nunca.

Os deseamos tanta suerte como la nuestra. Aunque con un poco menos también os conformaréis.