Isabel y Javier

Son pareja desde agosto del 2010

Todo comenzó con la consabida SONRISA. Durante aproximadamente un mes, nos comunicamos a través de nuestros repectivos correos, en los que poco a poco nos íbamos contando experiencias y vivencias de nuestras vidas. Paulatinamente, fuimos insinuando la posibilidad de conocernos en persona. Recuerdo, aún con nervios, cuando el día del Corpus fui a Toledo, ciudad en la que ella vive, con la esperanza de poder verla… Pero era demasiado pronto, y nos faltaron reales para llamarnos y concertar una cita.

Al segundo intento la cosa fue mejor; yo tenía que ir a Toledo a un congreso de Cardiología, lo cual le comuniqué a ella. A continuación, la llamé por teléfono y concretamos un encuentro para conocernos. Debo de reconocer, antes de continuar, que sólo el ver su fotografía en su perfil me impresionó de sobremanera: «¡Es preciosa!» – me dije. Mi estado nervioso se alteraba al ritmo del paso del tiempo que quedaba para conocerla en persona. Llegó el momento; el viaje a Toledo se me hizo eterno. Llegué y esperé pacientemente su aparición. El corazón se me escapaba del pecho, y creo que ella se dió perfecta cuenta de mi estado; le pedí disculpas por ello y me sugirió que fuéramos a una terraza a tomar algo. La conversación que tuvimos, nos tranquilizó a ambos; hablamos de nosotros, de nuestra vida anterior, de nuestras circunstancias personales, de lo difícil que podría llegar a ser cambiar o amoldar nuestros hábitos a una vida de pareja, y de lo felices que pueden vivir las personas cuando el sentimiento, el afecto, el compartir y la mutua complicidad se apoderan de ellas. Creo que los dos finalizamos la cita con un buen estado de ánimo, y nos faltó tiempo para concertar una nueva cita… ¡al día siguiente! En esos momentos la ilusión se apoderó de mí, y a buen seguro de ella también.

A partir de ese momento, las visitas sucesivas no se demoraron más allá de dos días, y mientras tanto, el teléfono daba digna cuenta de nuestras existencias mediante largas y animadas conversaciones. La siguiente cita fue mucho más relajada y amena, ya que ninguno de los dos estábamos tensos, sino distendidos y con dos enormes sonrisas adornando nuestros rostros. Charlamos largamente sobre diversos temas, aunque el fundamental giraba sobre nosotros y, disimuladamente, sobre la posibilidad de dar un carácter de relación formal a toda la historia que nos traíamos entre manos. Llegó el momento de la despedida; tras tomar sus manos entre las mías, acerqué mis labios a su rostro para besar su mejilla, cuando un giro de su cara me ofreció sus labios. Fue el primer beso más tierno y dulce que jamás había recibido… Fue como la firma de un compromiso que se nos antojó formal, serio y eterno, memorando aquella bella canción de Boby Winton: «Sellado con un beso». Y así fue. Desde ese momento, la relación fue cobrando intensidad, confianza, deseo de vernos a diario y, sobre todo, dulzor, cariño y una gran ternura. Comenzamos a compartir vivencias propias, no ya ajenas, sino genuinamente nuestras, al tiempo que nos íbamos conociendo más y más… Y comenzamos a enamorarnos.

Al poco tiempo, ella conoció a mi hijo y yo a los suyos, quienes cada uno a su manera, se han hecho cómplices de nuestro cariño. Es como si nos hubieran dado permiso para enamorarnos. Les pareció fenomenal. Y en buena lógica, nosotros, enormemente contentos y satisfechos de que todo salga a pedir de boca. Ella se lo merece de forma especial. Día a día, nuestra relación se va haciendo más sólida y estrecha, y no tenemos reparos en reconocer que el sentimiento que nos une no es otro que el amor. Estamos plenamente satisfechos, y nuestros planes apuntan a un futuro en común. A ambos nos resulta muy gratificante que a pesar de nuestra madurez haya surgido nuevamente el sentimiento del amor con la intensidad con que lo ha hecho. Nos sentimos nuevos, renovados, con una ilusión inusitada, y con unas ganas enormes de vivir y de ser, y estar juntos para todo. Nuestro proyecto de futuro no es ya individual, sino común. Tenemos la certeza de que juntos pasaremos el resto de nuestras vidas, y nos hemos propuesto que la felicidad sea la bandera que nos identifique. Así, en estos cuatro párrafos, os contamos el devenir de nuestro inicio como pareja, y ambos agradecemos vuestra mediación al haber sido los responsables de que nos conociéramos y de que estemos como estamos. Los dos concluimos en que nos merecemos esta oportunidad única que, como colofón de nuestras existencias, nos otorga el capricho del destino. No nos queda nada más que relataros sobre el inicio de esta nueva vida en común que comienza ahora sus tiernos balbuceos. Recibid nuestro más profundo agradecimiento y gratitud.

«Ella conoció a mi hijo y yo a los suyos, quienes cada uno a su manera, se han hecho cómplices de nuestro cariño.»